Este morenito de patas peludas es uno de los matoncillos que se dejan caer por el prado de margaritas que hay a unos metros de la cabaña que alquilamos en Las Hurdes. Podría darme a fantasear sobre su genética o su sexo, pero las evidencias y mis escasos conocimientos arácnidos me indican que se trata de un ejemplar macho de las arañas cangrejo de las flores. Sus largas patas delanteras, su pequeño tamaño y la coloración lo delatan. Eso, y estar posado en un capullo de margarita, de cara al sol y esperando la comidita. Que llegó. Aunque no pude fotografiarlo, este jovencito había capturado a una mosca de las frutas que sorbía con dejadez cuando lo encontré. Tiró con desdén propio de su adolescencia el envase al acabarlo, y me consta que el exterior seco de la mosquita no acabó en el contenedor amarillo. A pocos metros de allí, una arañita cangrejo hembra lo observaba con una mezcla femenina de hambre y fastidio.
Tengo todos mis ojitos puestos en ti; soy milímetros en tu mundo pero en el mío soy el señor de mi flor.
En primer plano la araña; al fondo Oliver saluda tan fuera de foco que para volver tuvo que presentar el pasaporte de visibilidad.
Jugando al lobo está detrás de una hoja de margarita; bueno, al misumena vatia está. Y allí seguirá, imagino. Mis tomas no resultaron lesivas para su salud, en todo caso, tampoco es que le haya cogido su mejor perfil...
Aunque de punta a punta este jovencito no supera el centímetro coma poco, no me gustaría estar a la altura de sus abrazos; ni de sus besos, vaya...